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Un tigre solitario [Priv.]
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Un tigre solitario [Priv.]
El camino no se le hizo ni muy largo ni muy corto, un trayecto normal, sin pausas ni avances demasiado rápidos. Sus pequeñas piernas se movían con la misma rapidez que las de un niño de su edad, libres y con agilidad. Al llegar al parque sintió una bocanada de aire proveniente de los árboles que rodeaban el lugar, del césped que llegaba a cubrir los pies de las personas más mayores e incluso de las mascotas de las personas que ahora caminaban sin preámbulos por el lugar. Le parecía increíble que, después de haber sido él mismo comprado y haber pasado por todo lo que seguramente ahora pasaban esos chicos y chicas de diferentes edades no se sintiese igual. Se sentía mucho mas libre, sin ataduras, con derecho a hacer lo que mas quería en ese mismo instante y en el que quisiera.
Suspiró contento cuando un gato pequeño pasó por su lado, resfregándose cual acogido en una casa cualquiera. Se agachó un tanto para acariciar el lomo del felino con tranquilidad, sin prisas, teniendo siempre cuidado en no arañarle con sus uñas, o peor, se le escapara.- Rawr~ -Su primer gruñido en todo el día se lo dedicó a aquel pequeño animal que, con suavidad, maullaba contento. Decidió elevarlo y agarrarlo con el mismo cuidado con que lo acarició, le gustaba, ¿por qué no quedárselo?, no tenía collar y tampoco nadie de los que estaban por allí parecían estar preocupados por él. Era un extraviado como lo era él.
Tras haberlo cogido en peso decidió volver a sus andandas en busca de un poco de diversión, pues eso era lo que realmente necesitaba. Llevaba ya un par de días rondando por los parques sin poder jugar tan siquiera al pilla pilla con cualquier grupo de chicos y chicas que se reunían allí, ¿por vergüenza?, para nada. El rechazo por el que pasaba era tan normal como la cola que colgaba tras su cuerpo para él, pero no para los humanos normales que no sabían tan siquiera que existían razas como la suya. Por desgracia no había demasiados niños con los que poder jugar, la suerte no corría a su favor, o al menos eso pensó hasta que su vista se posó en un grupo numeroso de chicos sentados en el césped, la mayoría de su edad o mayores, eso no le importaba. No echó cuenta de los padres que le observaban con una ceja enarcada, tampoco a dos entrometidos que le tomaron como un modelo de sesión fotográfica.
Se acercó con cuidado, portando al gatito que mas tarde nombraría. La decisión podía verse en su mirada y en los pasos que, poco a poco, le acercaron hasta quedar justamente al lado de uno de los niños mas pequeños de los que había en el círculo formado- E-Eh...puedo...¿puedo jugar con vosotros? -Se balanceó un poco de delante hacia atrás con ayuda de sus pies descalzos a la espera de que alguno dijera algo. Algunos lo miraron mal, otros bien, sobretodo el chico al que se dirigió, el cual de inmediato se levantó para agarrar su cola y acariciarla con suavidad, como si de un juguete se tratara. La zarandeó hacia un lado para evitar que hiciera eso pues no le gustaba, sentía cierto...¿repelús?. Pasó de no tener suerte a tenerla de inmediato, pues aceptaron su propuesta y le hicieron un hueco para se sentara junto con el gatito que, unidos, ronroneaban contentos.
Suspiró contento cuando un gato pequeño pasó por su lado, resfregándose cual acogido en una casa cualquiera. Se agachó un tanto para acariciar el lomo del felino con tranquilidad, sin prisas, teniendo siempre cuidado en no arañarle con sus uñas, o peor, se le escapara.- Rawr~ -Su primer gruñido en todo el día se lo dedicó a aquel pequeño animal que, con suavidad, maullaba contento. Decidió elevarlo y agarrarlo con el mismo cuidado con que lo acarició, le gustaba, ¿por qué no quedárselo?, no tenía collar y tampoco nadie de los que estaban por allí parecían estar preocupados por él. Era un extraviado como lo era él.
Tras haberlo cogido en peso decidió volver a sus andandas en busca de un poco de diversión, pues eso era lo que realmente necesitaba. Llevaba ya un par de días rondando por los parques sin poder jugar tan siquiera al pilla pilla con cualquier grupo de chicos y chicas que se reunían allí, ¿por vergüenza?, para nada. El rechazo por el que pasaba era tan normal como la cola que colgaba tras su cuerpo para él, pero no para los humanos normales que no sabían tan siquiera que existían razas como la suya. Por desgracia no había demasiados niños con los que poder jugar, la suerte no corría a su favor, o al menos eso pensó hasta que su vista se posó en un grupo numeroso de chicos sentados en el césped, la mayoría de su edad o mayores, eso no le importaba. No echó cuenta de los padres que le observaban con una ceja enarcada, tampoco a dos entrometidos que le tomaron como un modelo de sesión fotográfica.
Se acercó con cuidado, portando al gatito que mas tarde nombraría. La decisión podía verse en su mirada y en los pasos que, poco a poco, le acercaron hasta quedar justamente al lado de uno de los niños mas pequeños de los que había en el círculo formado- E-Eh...puedo...¿puedo jugar con vosotros? -Se balanceó un poco de delante hacia atrás con ayuda de sus pies descalzos a la espera de que alguno dijera algo. Algunos lo miraron mal, otros bien, sobretodo el chico al que se dirigió, el cual de inmediato se levantó para agarrar su cola y acariciarla con suavidad, como si de un juguete se tratara. La zarandeó hacia un lado para evitar que hiciera eso pues no le gustaba, sentía cierto...¿repelús?. Pasó de no tener suerte a tenerla de inmediato, pues aceptaron su propuesta y le hicieron un hueco para se sentara junto con el gatito que, unidos, ronroneaban contentos.
Heil- Mensajes : 28
Re: Un tigre solitario [Priv.]
Habían muchas formas de catalogar y distinguir a un pervertido. Sobre todo a los que disfrutaban mirando e imaginándose a saber que cosas mientras pretendían leer las noticias sobre política del día en el periódico. Los bancos de los parques eran un auténtico despliegue de ese tipo de personas, hombres mayormente, que no parecían tener mas propósito en la vida que espiar y tratar de ganarse la confianza de algún crío cuando sus padres mirasen a otra parte.
Su mirada se movía de un lado a otro por encima de la libreta de bosquejos completamente en blanco. Recorría aquellas inmediaciones del parque sentado sin mas a las faldas de un árbol que le diese sombra, sin disimular en absoluto que era lo que podía estar pensando. Aquella localización estaba llena de estudiantes de arte que se reunían allí para fotografiar los fondos o dibujar muchos de los componentes del parque. También otros muchos amantes del cosplay que solo querían tener un lugar acorde con el personaje del que se habían disfrazado para pasar la tarde.
Toda aquella agitación era fácilmente ignorada mientras tuviese cuerpos que catalogar. La libreta que sostenía era pesada y el tacto de sus páginas emitía un sonido desagradable. El lápiz se deslizaba de manera sucia e inconforme, y por muchos momentos estuvo echando de menos los pinceles y la soledad de su estudio. Habían chiquillos correteando por todas partes, poniéndolo todo perdido de tierra, de comida, de agua... Un completo y absoluto desorden que le estaba poniendo los pelos de punta.
Kiryu Seiji era un pintor independiente de veinticuatro años. Vivía actualmente con su tío en una de las casas familiares del barrio residencial y pocas veces acostumbraba a salir de la parte de la vivienda que había tomado como suya. Había terminado uno de sus trabajos con una modelo hacía respectivamente pocas horas, y su expresión insatisfecha seguía coronando sus ojos como algo ya normal y constante. Había tenido problemas con su último lienzo humano y buscaba siempre a nuevas personas que pudiesen ejercer de él. Los niños tenían una piel suave y elástica; perfecta. Pero eran demasiado pequeños, demasiado llorones y muy sucios. Allá donde miraba solo veía críos llenos de barro, comida o mocos tras un llanto por haberse caído del columpio.
Desesperante. Y mejor no fijarse en las madres que los acompañaban...
Seiji suspiró pesadamente, y con el mínimo cambio de expresión que suponía el cerrar los ojos recolocó las páginas de la libreta, la cerró y guardó sus utensilios de dibujo. Se levantó del césped y se sacudió el ceñido vaquero antes de abandonar su puesto y atravesar el parque. No le interesaba nada de lo que le rodeaba mientras no fuese útil para una pintura. No le gustaba todo aquel ruido, todo aquel llanto y cuchicheo distante. Volvería a casa, a su estudio, en cuanto su nuevo candidato a lienzo apareciera para sumergirse en la excitación con alguno de sus trabajos recientes. Aunque aún tuviese que comprobar si el candidato servía para pintar.
-¿? -se detuvo en una de las máquinas expendedoras de refrescos, situada entre un banco y una papelera de metal. Había llamado su atención el movimiento de aquella larga cola y aquel afán por integrarse de uno de los críos que molestaban por el parque. Parpadeó, con la mirada entornada, siguiendo la imaginaria silueta desnuda del pet como si sospesase si servía como lienzo, no siendo la primera vez que su mente visualizaba lo que la corta ropa se empecinaba en mostrar.
Le había visto pocas veces atrás por aquel mismo barrio. Le recordaba frente a la panadería que hacía esquina entre las calles de enfrente, ganándose con su encanto infantil algún dulce que la dueña se dignase a regalarle. También le recordaba andando de un lado para otro cuando el sol ya se ponía, perdiéndole siempre la pista cuando se metía entre los callejones o en los bosquecillos del parque. Era fácil llegar a la conclusión de que era un pet sin amo o uno que se había escapado de casa y no sabía como volver. Pese a su aspecto desvalido, lo había asociado rápidamente a una raza de felino pesado. Los felinos tenían un pelaje suave y un porte estilizado...
Acabó sentándose, con la lata de café en el suelo, a un lado del banco, abriendo una página cualquiera de la libreta y sacando uno de los carboncillos. Observando al joven tigre, movió la mano instintivamente por toda la página en blanco. No dibujándole, sino dibujando que era lo que le inspiraba hacer si algún día lo tenía como lienzo. Casi podía sentir el pincel deslizarse sin problemas sobre su nívea piel, formando alguna obra sacada en la emoción del momento. Tanta era su concentración que se olvidó que ya había quedado con otra persona por los alrededores.
Su mirada se movía de un lado a otro por encima de la libreta de bosquejos completamente en blanco. Recorría aquellas inmediaciones del parque sentado sin mas a las faldas de un árbol que le diese sombra, sin disimular en absoluto que era lo que podía estar pensando. Aquella localización estaba llena de estudiantes de arte que se reunían allí para fotografiar los fondos o dibujar muchos de los componentes del parque. También otros muchos amantes del cosplay que solo querían tener un lugar acorde con el personaje del que se habían disfrazado para pasar la tarde.
Toda aquella agitación era fácilmente ignorada mientras tuviese cuerpos que catalogar. La libreta que sostenía era pesada y el tacto de sus páginas emitía un sonido desagradable. El lápiz se deslizaba de manera sucia e inconforme, y por muchos momentos estuvo echando de menos los pinceles y la soledad de su estudio. Habían chiquillos correteando por todas partes, poniéndolo todo perdido de tierra, de comida, de agua... Un completo y absoluto desorden que le estaba poniendo los pelos de punta.
Kiryu Seiji era un pintor independiente de veinticuatro años. Vivía actualmente con su tío en una de las casas familiares del barrio residencial y pocas veces acostumbraba a salir de la parte de la vivienda que había tomado como suya. Había terminado uno de sus trabajos con una modelo hacía respectivamente pocas horas, y su expresión insatisfecha seguía coronando sus ojos como algo ya normal y constante. Había tenido problemas con su último lienzo humano y buscaba siempre a nuevas personas que pudiesen ejercer de él. Los niños tenían una piel suave y elástica; perfecta. Pero eran demasiado pequeños, demasiado llorones y muy sucios. Allá donde miraba solo veía críos llenos de barro, comida o mocos tras un llanto por haberse caído del columpio.
Desesperante. Y mejor no fijarse en las madres que los acompañaban...
Seiji suspiró pesadamente, y con el mínimo cambio de expresión que suponía el cerrar los ojos recolocó las páginas de la libreta, la cerró y guardó sus utensilios de dibujo. Se levantó del césped y se sacudió el ceñido vaquero antes de abandonar su puesto y atravesar el parque. No le interesaba nada de lo que le rodeaba mientras no fuese útil para una pintura. No le gustaba todo aquel ruido, todo aquel llanto y cuchicheo distante. Volvería a casa, a su estudio, en cuanto su nuevo candidato a lienzo apareciera para sumergirse en la excitación con alguno de sus trabajos recientes. Aunque aún tuviese que comprobar si el candidato servía para pintar.
-¿? -se detuvo en una de las máquinas expendedoras de refrescos, situada entre un banco y una papelera de metal. Había llamado su atención el movimiento de aquella larga cola y aquel afán por integrarse de uno de los críos que molestaban por el parque. Parpadeó, con la mirada entornada, siguiendo la imaginaria silueta desnuda del pet como si sospesase si servía como lienzo, no siendo la primera vez que su mente visualizaba lo que la corta ropa se empecinaba en mostrar.
Le había visto pocas veces atrás por aquel mismo barrio. Le recordaba frente a la panadería que hacía esquina entre las calles de enfrente, ganándose con su encanto infantil algún dulce que la dueña se dignase a regalarle. También le recordaba andando de un lado para otro cuando el sol ya se ponía, perdiéndole siempre la pista cuando se metía entre los callejones o en los bosquecillos del parque. Era fácil llegar a la conclusión de que era un pet sin amo o uno que se había escapado de casa y no sabía como volver. Pese a su aspecto desvalido, lo había asociado rápidamente a una raza de felino pesado. Los felinos tenían un pelaje suave y un porte estilizado...
Acabó sentándose, con la lata de café en el suelo, a un lado del banco, abriendo una página cualquiera de la libreta y sacando uno de los carboncillos. Observando al joven tigre, movió la mano instintivamente por toda la página en blanco. No dibujándole, sino dibujando que era lo que le inspiraba hacer si algún día lo tenía como lienzo. Casi podía sentir el pincel deslizarse sin problemas sobre su nívea piel, formando alguna obra sacada en la emoción del momento. Tanta era su concentración que se olvidó que ya había quedado con otra persona por los alrededores.
Invitado- Invitado
Re: Un tigre solitario [Priv.]
Ese gatito, por mucho que le acariciara, no dejaba de maullar en busca de más y más contacto. Era agradable tener un amigo por muy pequeño y diminuto que ese fuese, saber que podría tener a alguien con quien jugar desde el momento que lo encontró en adelante le hacía sonreír como a un niño pequeño cuando se le regalaba una simple y barata piruleta. Los juegos de aquellos chicos eran tan divertidos como variados, una gran tarde le esperaba si se mantenía unido a ese grupo y no se separaba. El primer juego fue bastante habitual, el pilla-pilla, ese juego que consistía en atrapar a quien fuese para que se la quedase e intentase lo mismo con otro jugador, era divertido y bastante activo, por lo que el tigre no se aburrió en ningún momento. No era de los que mas corrían, al contrario, el avance rápido no era lo suyo pero si el despistar a los que le perseguían, su cola le resultaba muy práctica pues tan solo tenía que enrollarla por una de sus piernas para que nadie pudiese agarrarla. Todos parecían ir a por él cuando les tocaba, ¿el porqué?, no lo sabía del todo.
El escondite, el pollito inglés, ladrón y policía...tantos juegos que ni siquiera él los recordaba todos una vez pasaron un par de horas de juegos. Sudaba un poco, lo normal en un crío como él, tan solo esperaba que su "mascota" no se perdiera ni se extraviase, o peor, huyese del olor que pudiese transmitirle. Pero no, gracias a dios el gatito seguía a su lado sin perderlo de vista ni un segundo, casi parecía su guardián, ya era hora de hacer buenos amigos. El último juego al que decidieron jugar no fue otro que el escondite. Un juego igualmente divertido y entretenido si se jugaba bien y con paciencia. Por suerte no le tocó quedársela, prefería esconderse y buscar buenos sitios donde nadie pudiese verle, alejado de todos, tanto de niños como de los padres que los observaban vigilándolos desde los marrones bancos de los alrededores.
En cuanto el mas joven aparte de él empezó a contar comenzó a correr hacia la lejanía, procurando no hacer demasiado ruido para que no le encontrase a través e ellos. Sus orejas y su cola siempre habían sido un problema para esos juegos pues cuando estaba nervioso tendía a agitarlas o moverlas a la par que contaba por sí mismo los segundos que tardaban en encontrarle. Esperaba que esa vez no se moviesen por si solas, o mejor, que se diera cuanta si llegaba a hacerlo. Corrió tanto y a tanta velocidad que estuvo a punto de estamparse contra una máquina expendedora de toda clase de bebidas, una suerte que no lo hizo. Miró de lado a lado hasta clavar su mirada en la de un hombre que dibujaba, le llamó bastante la atención, tanto que pareció olvidarse por completo del juego al que formaba parte.
Se asomó por detrás con la total intención de observar todo aquello que pintaba. No pudo diferenciar nada pues no era un dibujo completo, ni mucho menos, a pesar de eso quiso saber de que se trataba- ¿qué dibuja? -preguntó con bastante descaro, todo del que un simple niño se podía permitir. La educación no era su plato fuerte, no había sido enseñado de manera correcta por desgracia de aquellos a los que alguna vez tuvo que "servir" como mascota comprada en una simple tienda. Ahora no tenía a donde ir mas que a los distintos callejones y parques que componían la ciudad. El gato le siguió hasta posarse a su lado, acariciándose contra una de sus piernas con total naturalidad.
El escondite, el pollito inglés, ladrón y policía...tantos juegos que ni siquiera él los recordaba todos una vez pasaron un par de horas de juegos. Sudaba un poco, lo normal en un crío como él, tan solo esperaba que su "mascota" no se perdiera ni se extraviase, o peor, huyese del olor que pudiese transmitirle. Pero no, gracias a dios el gatito seguía a su lado sin perderlo de vista ni un segundo, casi parecía su guardián, ya era hora de hacer buenos amigos. El último juego al que decidieron jugar no fue otro que el escondite. Un juego igualmente divertido y entretenido si se jugaba bien y con paciencia. Por suerte no le tocó quedársela, prefería esconderse y buscar buenos sitios donde nadie pudiese verle, alejado de todos, tanto de niños como de los padres que los observaban vigilándolos desde los marrones bancos de los alrededores.
En cuanto el mas joven aparte de él empezó a contar comenzó a correr hacia la lejanía, procurando no hacer demasiado ruido para que no le encontrase a través e ellos. Sus orejas y su cola siempre habían sido un problema para esos juegos pues cuando estaba nervioso tendía a agitarlas o moverlas a la par que contaba por sí mismo los segundos que tardaban en encontrarle. Esperaba que esa vez no se moviesen por si solas, o mejor, que se diera cuanta si llegaba a hacerlo. Corrió tanto y a tanta velocidad que estuvo a punto de estamparse contra una máquina expendedora de toda clase de bebidas, una suerte que no lo hizo. Miró de lado a lado hasta clavar su mirada en la de un hombre que dibujaba, le llamó bastante la atención, tanto que pareció olvidarse por completo del juego al que formaba parte.
Se asomó por detrás con la total intención de observar todo aquello que pintaba. No pudo diferenciar nada pues no era un dibujo completo, ni mucho menos, a pesar de eso quiso saber de que se trataba- ¿qué dibuja? -preguntó con bastante descaro, todo del que un simple niño se podía permitir. La educación no era su plato fuerte, no había sido enseñado de manera correcta por desgracia de aquellos a los que alguna vez tuvo que "servir" como mascota comprada en una simple tienda. Ahora no tenía a donde ir mas que a los distintos callejones y parques que componían la ciudad. El gato le siguió hasta posarse a su lado, acariciándose contra una de sus piernas con total naturalidad.
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