Vodka [Privado]

En ese bar todo era madera oscura y luces amarillentas hacían más profundas las esquinas. Lo sabía, no era de lo mejor que podía esperar, pero no perdía nada con sólo entrar a tomar un trago y echar un vistazo. Nada más, quizá… Estaba sentado en un rincón con las piernas abiertas, la mano izquierda balanceándose en el respaldo de la silla y la derecha sujetando un vaso que hacía mucho rato que había dejado de estar frío. Soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen por las paredes y por los rostros sonrientes que aparecían y desaparecían entre la gente y el humo de varios cigarrillos que rodaban de mano en mano. Reflejado en los espejos ennegrecidos de detrás de la barra, un tipo se comía con la mirada al joven hombre que estaba sentado a dos mesas de distancia.

Apenas se alcanzaba a escuchar la música rascando debajo del alboroto de las conversaciones ajenas, el sonido de cristales, las voces de los camareros, el arrastre de una silla y alguien dice ‘hola’. Poco a poco comenzó a bajar el rostro; relamió sus labios y se puso de pie. ¿A quién le hace daño el quinto martini en una noche? Quizá a alguien sí, pero él no era "alguien", si querían que fuese sincero. Detrás de la gran ventana que había a sus espaldas, las luces rojas y azules de un coche de policía pasaban a toda velocidad. Bonita noche...

Se encaminó hacia la abarrotada barra nuevamente. Escabulléndose entre borrachos y animada gente, logró pedir una nueva copa, pero está vez sólo con vodka y una aceituna negra. ¿Emborracharse? No lo tenía claro. No quería llegar a aquella lujosa suite que desde hacía unos meses llamaba ‘hogar’. Aún era pronto. No entendía muy bien, pero por alguna extraña razón sentía la necesidad de "descontrolarse" por un día. Jugueteó un rato con la copa y luego dio media vuelta para volver a su mesa, o quizá encontrar un nuevo rincón... no sabía. Entonces, antes de que pudiese dar un par de pasos más, chocó con una masa oscura y suave... con "alguien".

Los movimientos tembleques que sintió después del choque lo dejaron un poco confundido durante los segundos siguientes. Sentía el líquido transparente derramarse de la copa y resbalar frío y libre por su mano, eso, para terminar regado por el suelo y parte de sus zapatos. No le prestó mucha atención al hecho de que una de sus mejores camisas también se hubiese visto afectada, pero eso no quería decir que no le importase.

—¿Qué has dicho? —preguntó algo divertido. El poco enojo que había sentido en un principio había quedado reducido a nada. <<Estorbas>> fue una palabra que hizo eco en su cabeza. Aún cuando el extraño lo hubiese rodeado y en esos momentos se encontrase sentado en uno de los altos y cómodos taburetes que había cerca de la barra, él se había tomado la molestia de seguirlo y sentarse justo a su derecha. En el primer momento había fruncido el ceño y una de sus cejas se había arqueado de una forma no muy buena, pero que pasaba desapercibida gracias a la escasa luz del lugar. En esos momentos, la palabra pelea… había pasado por su mente. No, esa no era la solución.

La música del bar sonaba amortiguada. El aire que se respiraba en el ambiente era relajado y caldeado. Las platicas de la gente rodaban aquí y allá; los lloriqueos de un ebrio unos cuantos asientos más a su izquierda le causaban un poco de gracia y la cara de hastío del bar-tender era un bonito poema… poema que a él no le interesaba. Entonces, con una pesadez que más bien era una mezcla de resignación con diversión, elevó una mano y llamó al hombre que servía las bebidas. Pidió la misma copa que hacía unos momentos se había derramado y cruzó los brazos sobre el metal, optando por dedicarse a esperar. Bajó la mirada sin ver nada en especifico, para luego desviarla al hombre que tiene a su costado. Sentía que sus ojos ardían debido al humo del lugar, pero eso no impidió que se dedicase a examinar la silueta del otro. Sonrió de lado por unos momentos. Pudo escuchar el débil “clic” que la base de la copa hizo cuando le entregaron su bebida.

—Salud por el “estorbo” —dijo lo suficientemente alto para que el otro escuchara. No estaba molesto ni mucho menos, no tenía razón; simplemente le causaba gracia el tono que el otro había empleado.

Lo vio soltar una reprimenda al barman y alzó una ceja. ¿Acaso estaría borracho? Era una buena suposición, pero no quería adelantar sus conclusiones. Y no es que gustase mucho de ver el <<sufrimiento>> ajeno, pero debía admitir que el sonrojo del camarero era digno de admirar. Se removió en su asiento y lentamente extrajo una cajetilla de cigarros de la manchada camisa. Con una señal de la mano llamo al tipo encargado del lugar para que encendiese el pitillo. No apartaba la mirada del tipo junto a él; era discreto en sus movimientos, pero no se perdía ningún detalle: lo observó alzar las cejas de un modo que le sacó una sonrisa ladina y también pudo percibir que mordía la pipa de un modo que le supo algo <<aburrido>>. Ya se encargaría de eso… El solo pensamiento le hizo sonreír con suficiencia.

—No, no te molestes —comenzó—. Afortunadamente no estoy tan muerto de hambre como para venir y pedir limosna a un bar de… a un bar así. —Volvió el rostro al hombre junto a él y soltó una encantadora y juguetona sonrisa, de esas que usaba para manipular a sus clientes; al mismo tiempo, sacudió el cigarrillo dentro del cenicero que recién le habían acercado. Cruzó una de sus piernas de un modo por demás elegante y se dedicó a acariciar el borde de la copa con la yema de su dedo índice—. Parece como si estuvieras acostumbrado a venir al bar y sólo hacer eso: dar dinero a la gente —comentó como si fuese lo más normal del mundo. ¿Molestar? No, no era la intención. Dio una nueva calada y se dedicó a observar como el barman sacaba un par de bolsas negras, dejando tras de sí un olor a pescado podrido—. ¿O me equivoco? —habló, soltando el humo de cuando en cuando. Se había acercado un par de centímetros más y su rostro estaba enmarcado por un par de mechones negros. Se alejó con la misma rapidez con la que se había acercado.

El bar comenzaba a llenarse cada vez más y más de gente borracha. Las risas exageradas, las mujeres cruzando las piernas descaradamente, meseros esquivando hombres a punto de caerse… no era un cuadro muy lindo de ver, pero no podía esperar más de ello. Según un reloj cercano eran ya las dos de la mañana y el seguía bebiendo y fumando como un condenado, aún con poco efecto en la sangre. Escurrió el vaso y lo volvió a dejar sobre la barra de metal. Lo sostuvo con fuerza durante unos cuantos momentos y perdió la vista en algún punto. En uno de los oscuros rincones del lugar, dos hombres comenzaban una acalorada riña, mientras que en la esquina opuesta una pareja se comía a besos.